lunes, 3 de diciembre de 2012

In The Nightside Of Eden


Si quieren lograr el ambiente aproximado de la historia, carguen la canción y escúchenla mientras leen.


Louie era simple, pero perfecto. El único que hasta entonces había entendido lo que realmente sentía por ella.

Ella.

No tenía razones para dejar de creer. Sólo él era capaz de llevarme a ese abismal paraíso donde ella reinaba. Ese lugar, nuestro lugar.
Su voz era la más dulce que había escuchado hasta entonces. Mi violín y su voz eran uno.
 Él era el violín; el violín era Louie. Mis compañeros en la soledad, mis dos almas gemelas, mis armas para enfrentar la oscuridad.
El perfecto diamante de cuatro aristas.
Tal vez no éramos iguales, es más, nuestros cuerpos eran muy diferentes. Él era luz, yo oscuridad. Él era la nieve pura de invierno, yo la tempestad encarnada.
La soledad, el desamparo, la maldad, la necesidad; sobre todo el amor por ella. La unificación de esos factores nos unían, nos volvían una sola… ¿persona?
Las noches pasaban, nuestros cuerpos se debilitaban, pero nada nos impedía dejar de amarla. Podíamos pasar horas interpretando las hermosas y lóbregas líneas y melodías que se cruzaban por nuestra imaginación.
Teníamos que encontrarla, teníamos que contentarla. Todo se había convertido en una especie de ritual, en un sacrificio que hacíamos por el apasionado amor que sentíamos por ella.
Tal vez no había un escape, quizás porque no lo necesitábamos. Era como si nuestra existencia estuviera dedicada pura y exclusivamente a ella, hasta el final, sin importar de qué forma se manifestara. Nuestros cuerpos estaban destinados a morir por ella. La amábamos, la idolatrábamos; era nuestra fuente de vitalidad, la energía que nos mantenía aferrados a nuestras solitarias almas.
No, ni siquiera la muerte nos separaría de ella. El romántico deceso era sólo una forma de mantener la inmortalidad de su nombre, de su amor. Seguiríamos interpretando nuestro sacrificio  incluso en la tumba. Nuestros cuerpos descansarían, se descompondrían, no así nuestras almas continuamente excitadas por su amor.  
Quizás por esa razón ni siquiera el húmedo y putrefacto olor a tierra nos molesta; tampoco la caja que nos encierra. Nuestra esencia sigue animada, ofreciendo el continuo sacrificio que demanda nuestro inocente amor.
Por siempre en la eternidad, en las abismales paredes que nos encierran, en las lúgubres nubes que nos envuelven. Ella, nuestra amada e inmortal justiciera, nuestro refugio.

Ella…Jill.